16 abril, 2014

El valor intrínseco de la vida.

Hoy, mientras miraba vídeos al azar por youtube, me he encontrado con uno el cual me ha servido para reflexionar sobre uno de los temas que hemos estado dando con asiduidad en estas últimas clases de de EDMOV; el valor intrínseco de las cosas. Os adjunto el vídeo y luego saco mis propias conclusiones:

                               

¿Cuál es la auténtica finalidad en la vida? A mi parecer, podemos, siendo extremistas, diferenciar dos puntos de vista.

 Uno más materialista (como conducir un coche caro, hacerse rico o salir por la tele) relacionado con aquello extrínseco, cuya finalidad está apartada de lo que realmente define a la vida. Todo aquello que podríamos quitar del mundo y, aún así, no notar la diferencia. Son aspectos prescindibles y, por lo tanto, no notaríamos su ausencia. 

Y, en el otro lado, uno relacionado con una finalidad más intrínseca (ser feliz, sentirse bien con uno mismo, enamorarse), que es lo que hace el chico del vídeo. 
Como vemos, al chico no le hace falta casi nada para vivir y ser feliz. Ayuda a la gente y no recibe nada material a cambio; sino que recibe sensaciones, emociones, como alegría, amor, simpatía. Estas emociones, son las que le llenan. Ese carácter altruista es el que le hace sentirse humanizado.

Dicho esto, y acabando con una conclusión, quiero destacar que aunque no existan completamente realizados, ni sean tangibles ni visibles, estos valores intrínsecos son lo que dan sentido a nuestras vidas y los que definen nuestras obligaciones morales. A mi parecer, nuestro deber en la vida es poner en práctica estos, realizar la justicia, la verdad, la paz, el amor, y sentirse realizado como persona.

Ahora os propongo yo: Para vosotros, ¿Cuál es la auténtica finalidad de la vida? ¿Optaríais por la opción materialista o por la opción idealista?

08 abril, 2014

Las dos palabras mágicas.

(Entra  Matías, el profesor de educación física en el gimnasio donde va a realizar la clase con los chavales de sexto de primaria).
-Buenos días a todos chicos, voy a pasar lista y a continuación empezaremos la clase que hoy os tengo reservada una sorpresa! (pasa lista uno por uno).
-Matías, ya que has acabado de pasar lista ¿cuál es la sorpresa? (pregunta un chico entusiasmado).
-Bien, como tengo que acabar de corregir los exámenes del día anterior, he pensado que vamos a dedicar la clase de hoy al juego libre, así que cada uno juegue al juego que le plazca mientras yo corrijo.
-BIEEEEEEN! (exclama prácticamente toda la clase en conjunto mientras va corriendo al almacén donde se guardan las pelotas para iniciar la clase).
(Matías coloca una mesa apartada a un lado del gimnasio, se sienta y echa una ojeada a sus alumnos, que se reparten por grupos dependiendo el deporte o juego al cual van a dedicar la hora de clase, y agacha su mirada a los exámenes. Durante la siguiente hora, levanta la vista un par de veces para ver que todo está en orden, pero en una fracción de segundo esta se vuelve a concentrar en el centro de la mesa, donde yacen los exámenes que debe corregir).

Esta mini narración que he realizado es ficticia, pero la realidad es que se da a diario en multitud de centros educativos. Muchos profesores, por diferentes motivos (ya sea cansancio, falta de motivación, trabajo..), dedican más de un día al año a dejar la práctica de los contenidos al propio desarrollo espontáneo de los alumnos, o como siempre se ha llamado, al juego libre.  Los alumnos, dulces ignorantes se ven atraídos por la posibilidad de realizar en clase de educación física lo que más les guste, y esto es lo que les provoca que estallen de alegría cuando oyen las dos palabras mágicas salir de la boca del profesor. Y no les culpo, para nada.
Muchos de vosotros os preguntaréis cual es el problema. ¿No es esa la finalidad de la educación física? El realizar deporte. Por supuesto, no lo niego, pero ¿a qué precio? Hay que tener bien en cuenta que el juego espontáneo, como cualquier otra actividad de la vida, puede transmitir valores deseables y no deseables, positivos y negativos para la educación correcta del niño, y es el profesor (o educador) el que debe de servir como filtro a la hora de la adquisición de valores, rechazando aquellos aspectos negativos y ensalzando los positivos. ¿Quién controla esta transmisión en un juego donde impera la diversión por encima de cualquier otra orden moral y ética? ¿Quién es el que corrige aquellos aspectos que pueden ser negativos en la educación del niño? ¿Quién controla que un juego pueda ser injusto, excluyente, poco equitativo, sexista o discriminatorio? Los propios niños son los que se controlan, y esto está destinado al fracaso por el mero hecho de que nos son capaces de diferenciar aquello bueno de lo malo, solo les importa el jugar y no la finalidad del juego.

Así que Matías de todo el mundo, levantad la vista de los exámenes u otra cosa que os llevéis entre manos, y olvidad las dos palabras mágicas encantadoras de niños, que por muy mágicas que sean, no tienen ningún valor educativo.


EL JUEGO LIBRE NO ES EDUCATIVO!